¿Cuál es tu nombre indio?

cual es tu nombre indio

El otro día, en un almuerzo familiar, una de mis tías (maestra de un copetudo colegio) nos contaba cómo eran los chicos de ese colegio según la familia a la que pertenecían. Estaban así, los hijos de profesionales (médicos, abogados, etc), los hijos de supermodelos y personalidades del espectáculo, y los hijos de empresarios, negociantes.

Según la pertenencia familiar, describía determinadas características: receptivos, ruidosos, escandalosos, etc.

Yo me comía un pedazo de lomo pensando “no, no, no”. Se me ocurrían miles de argumentos que refutaban esa teoría tan categórica. Pero…no dije nada. Porque tenía mucho hambre y no iba a desperdiciar esa delicia de lomo en el intento, siempre fallido, de desmontar ideas falsas. Además todos escuchaban atentos y parecían estar de acuerdo, no iba a romper el clima de sintonía. Pero, insisto, más me importaba la sintonía que yo tenía con ese lomo bien cocidito desmenuzándose en mi boca. Me gusta demasiado comer como para arruinar el momento.

Ahora que ya el lomo me lo comí, me siento a escribir sobre lo engañoso de armar tantas categorías y pensar que la historia es tan determinante.

Mientras escuchaba a la tía me acordé de otra situación donde quedé en silencio cuando una mamá de una alumna refiriéndose a una posible niña que finalmente no conocí me dijo: “Tiene problemas… Es huérfana, viste?”
No la contradije, esta vez porque tenía a doce niñas alrededor revoloteando y porque también intuí la dureza de las ideas que no se ablandan fácilmente.

Así, asocié el relato de la tía con la niña huérfana y me acordé de una frase de Sartre que atesoré en el alma durante varios años:

“No importa lo que hicieron de nosotros, sino lo que nosotros hacemos con aquello que hicieron de nosotros”.

La leí y me la guardé. Fue, durante unos años de procesos internos duros, una suerte de himno, de rezo. La pensaba y decía “Amén”.

El apellido no dice tanto de cada quién, como tampoco lo dice un título. Ni la hora en que nacimos, ni el signo del zodiaco, ni se dormimos del lado derecho o izquierdo.

Si el horóscopo tiene tanto éxito, es porque todos necesitamos calmar la incertidumbre que es esta vida caótica.
Y la calmamos, con explicaciones. Se cree conocer así a alguien porque los de piscis son siempre voladores, o los geminianos son creativos…¡pero los de tauro tienen un carácter!

Y así, sin conocer a esa persona, ya se la ubica en un lugar y se arma un mapa (erróneo) de quién es. Mapa que, como toda suposición de saber, empaña, aleja, obstaculiza.

Están los más académicos, que también sienten un respeto infinito por el doctor, el licenciado, el ingeniero. Como si el título pudiera decirnos quién está ahí. Yo no tengo una relación con lo académico de respeto absoluto. Me recibí a los 24 en la UBA, me recibí con honores, hice la carrera con toda la fuerza con que me gusta hacer las cosas. Y me encontré con materias increíbles y otras estúpidas. Con profesores maravillosos y otros muy tontos. Vi gente recibirse conmigo que no merecía recibirse, que hoy deben ejercer la profesión con la misma pobreza con la que hicieron la carrera. El mundo académico puede estar muy muerto a veces y que se haya pasado por él, no nos garantiza nada (seguir lo delineado por otro, no es tan complejo).

Del mismo modo, que alguien se dedique a bailar, escribir, cantar no lo vuelve un artista.

El «cómo». Siempre se trata de cómo alguien asume aquello que eligió hacer. Cómo asume también su nombre y su historia, qué elige hacer con ella.

Así me acordé de un clásico que vi hace unos meses y me dejó hechizada “Danza con lobos”. Es una película que muestra con mucha sutileza la sabiduría de los indios. Su relación con la naturaleza, su respeto hacia ella, su estrecho vínculo con el cuerpo y con lo que importa. Su relación al saber, un saber menos decorativo y jocoso que funcional y práctico.

Me sorprendieron e hicieron reír mucho los nombres que los indios tenían: “Diez osos”, “Puño alzado”, “Sonríe mucho”. Nada de José Perez ni Eureka Pontiola.
Precisamente, “Danza con lobos”, es el nombre que los indios le ponen a Kevin Costner, el actor que interpreta al soldado que empieza a relacionarse con ellos. Lo bautizaron así al ver cómo jugaba y bailaba con un lobo con el que se había encariñado.
(Ese vínculo con el lobo, dejaba leer cierta particularidad que el nombre reflejaba).

Y hoy pienso que en esa forma de bautizar, también había mucha sabiduría.

Se bautiza a alguien en el proceso de desarrollo, algo lo destaca: una sonrisa, su ser fuerte. Y desde ahí se lo nombra. No es un nombre que lo precede, sino que se construye. Y que, obviamente, no lo nombra todo. Pero aún así, el movimiento invertido, que el nombre vino después, me encantó.

Y me acordé que mis grupos de alumnas que hace años trabajan conmigo, también tienen nombres que vinieron con el tiempo de trabajo: así están las intensas, las pebetas, las fuertes del Don.

Las bauticé porque había algo que se destacaba en esa grupalidad. Con las peques también tengo a las histriónicas, a las obses, a la petit compañía y más.

¿Qué nos define entonces?

Nuestros deseos. Nuestras ganas. Nuestras formas de enlazarnos a lo que elegimos.

Lo más propio que tenemos. De eso somos completamente agentes y responsables.

Ni la historia, ni un título, ni ser hijo de. Ni haber tenido una infancia hermosa ni un pasado difícil. Claro que deja huellas, cómo no. Pero cómo se inscribe esa historia en nosotros, qué valor le damos, cómo nos quedamos pegados a ella o la elaboramos y superamos…Eso es lo que importa. No tanto qué nos pasó, sino cómo nosotros vivimos eso que nos pasó y qué hacemos hoy con eso. Para conocer a alguien, hay que mirar para ese lado: qué hizo con ese margen de libertad que todos tenemos.

Es nuestra responsabilidad al trabajar como docentes captar esas formas en los otros. Tenemos que mirar no tanto cuánto aprende, sino cómo lo hace. Cómo elabora el material que le damos, cómo recibe nuestra música, nuestras correcciones, nuestros consejos, nuestras felicitaciones y pautas. Yo soy una amante del cómo.

Abril me hace zambullirme en los recovecos de los otros, adaptar lo que planifiqué a las formas en que cada grupo y cada alumna va recibiendo mi propuesta. Cambiarla a veces, sostenerla otras.

Don de fluir podría ser mi nombre indio. Porque es mi búsqueda, lo que gusto de encontrar en mí y en los otros. Tocar, ver, captar de qué modo fluye cada quién. Ese modo tan único e irrepetible. Tan singular.

Soli ser don de fluir.

Hay que encontrarle el nombre indio a cada quien. Y se trata de una búsqueda que se hace con el tiempo, recibiendo al otro, escuchando y dándole lugar. Y que puede ir mutando, cómo no.

¿Y cuál es tu nombre indio? O…¿Cuál es tu nombre, indio?

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