El humor: ese divino tesoro :)

tecto humor

El humor: ese divino tesoro 

El otro día mi hermana se reencontró con su primer novio.
El primer novio y el más querido por toda mi familia, especialmente por mi hermanito y por mí. Fue difícil aceptar otros novios después de habernos encariñado tanto con él que era bueno, alegre, venía con regalos, jugaba con nosotros, se enganchaba con nuestras películas…En fin.

La cuestión es que mi hermana me cuenta que le preguntó por mi diciendo: «qué divertida e inteligente era esa nena».

Me puso contenta que así me recordara. Lo de inteligente no voy a ahondar, ¡ya todos sabemos jejejeje! Pero fue lo de «divertida» que empezó a trazar la serie de recuerdos que ahora escribo.

Así me vino a la mente una escena con una alumnita Cata que viene desde los 4 años y hoy tiene unos hermosos y alocados 9 años. Yo estaba marcando algo en la clase y Cata con su grupete no me prestaban atención:
Les dije: «si no me escuchan me voy a convertir en una maestra seria».
– Si haces eso, me señaló Cata, no vengo más a danza.

Con esa desfachatez envidiable de los niños, Catita me demostraba que más allá de la danza, había algo primero que la había sostenido tantos años en las clases: Yo era su bufón.

Me fui más atrás en otra clase, cuando una adolescente revoltosa mientras yo marcaba como NO había que hacer algo, entre risas me dijo: «Soli, sos igual al burrito de Shrek».

No puedo explicarles cómo se me infló el pecho… Sentí más orgullo que cuando me dicen que me parezco a Penélope Cruz.

Asocié que cuando preparo la presentación de fin de año, yo cierro los ojos y le pido a los dioses de los metatarsos: «Por favor, Dioses, sólo deseo una cosa: que el público se ría». Entre bambalinas empiezo a preguntar como loca: ¿se están riendo?
No rezo porque salga impecable, ni porque todas coordinen en las coreos…Eso no se lo pido a los dioses, se lo pido a mis alumnas, mis musas, trabajando clases a clase y me lo pido a mí misma, dando todo lo que puedo dar. Pero a los dioses les pido: por favor, que el público se ría.

Así fui trazando esa línea: de divertida a bufón, de bufón a burrito de Shrek, al deseo de risas del público.

Sentí que esa búsqueda de risas, me alejaba un poco de mis obsesiones.

Cada quien tiene su cruz, la mía son mis obsesiones que a veces me consumen. Es como si el humor me calmara, como si me dijera: «Concéntrate en lo que importa boludita».

Y de esta manera, en el hilo de asociaciones, llegué a Freud y mi primer año en la carrera. Me vi cursando psicoanálisis cátedra Friedenthal (“la cátedra de los distraídos“ decía un profe, porque todos elegían Cosentino, pero el que era distraído caía donde caía, como yo y oh, casualmente, Fede).
Un texto sobre el humor que me encantó y en esa época, una época menos feliz que la de ahora, me hizo ver que mi humor podía apaciguar mis obsesiones, mis lastimaduras, mis cosas engorrosas.
Lo busqué en el quilombo de mi biblioteca y lo encontré. Bueno, el libro de Fede porque yo nunca tenía plata y vivía a fotocopias jajaj! (cursando esa materia lo conocí a Fede, con su bicicleta, medio punk, medio clásico, muy difícil de encasillar y me encantó).

«Freud considera al humor como el proceso defensivo más elevado porque evita el sufrimiento. Hay en el humor una grandeza, una elevación, derivadas del triunfo del narcisismo, porque se rebela contra una realidad adversa, no admitiendo ser invadido por la desesperación, la angustia, el temor (…) El criminal que es llevado a horca un día lunes, dice: Bueno, esta semana empiezo bien (…) En el humor habla un yo aliviado de la angustia, afirmado, triunfante ante una realidad que no lo hunde en el sufrimiento, que no lo vulnera abatiéndolo”.

Me acuerdo haber leído esto y sentir, como con muchas de las lecturas psicoanalíticas, con qué claridad captaban el núcleo del alma.

El Don además de permitirme encontrarme con la danza, una y otra vez, me permitió explorar mi sensibilidad…Una sensibilidad que hoy la siento más madura. Y también más boba, más infantil. Menos densa.

Me gusta que el Don tenga ese significado en mí porque veo que a otros, también, les permite explorarse, y en esa exploración, expandirse, reencontrarse, encontrar cosa que no estaban.
Es como si el efecto de exploración y expansión se contagiase, se multiplicase. Pero…¿cómo se hace esa expansión?

Y acá viene la segunda idea que motiva este escrito.

Creo que no hay expansión sin esfuerzo, sin angustia, sin dolor.
Como cuando un músculo se fortalece, que duele. Como los adolescentes que sufren tanto je! Como un bebé que necesita dormir muuucho para procesar y asimilar toda la información de un mundo nuevo al que llega.

El crecimiento implica mucho (¡muchísimo!) estrés.

Yo me estreso y sé que estreso mucho a mis alumnas, tanto a las pequeñas como a las adultas. Pero ellas, no se dan cuenta.
Creo que tengo una muy buena capacidad para disfrazar la exigencia. Yo soy muy exigente y obsesiva, pero mis alumnos no se enteran tanto de eso. Me ven buena y divertida…con ese disfraz les exijo y mucho, los empujo y mucho, los estreso y mucho. Pero como se ríen, como se sienten cómodos, como disfrutan…ni se enteran del esfuerzo enorme que están haciendo.

Me gustó esa idea. Una expansión que ocurre, con mucha esfuerzo, pero que no nos damos cuenta tanto del mismo. Porque el clima donde está sucediendo ese estrés, se siente lindo.

Hace rato que vengo revoloteando con este texto, obsesivamente releyendo y re-escribiendo, sintiendo que no llegaba a donde quería llegar. Y la semana pasada pude entender a dónde quería ir viendo a mis adultas hacer una diagonal.
Les marqué una diagonal no muy sencilla, llena de cambios de frentes, saltos y piruetas a la velocidad de la luz jeje. ¡Y la resolvieron muy rápido y bien! Me acordé así de sus primeras diagonales, que eran tan básicas y tanto les costaba.
Y hoy, veo a ellas mismas algunas con 23 años, otras de 30, otras con 42, pero todas después de unos cinco años de estudio más o menos, están resolviendo tan bien los saltos y las piruetas. Se animaron. Quizás porque yo las cargué mucho por cómo hacían los saltos y les decía, una y otra vez, que las diagonales al principio dan vergüenza, que saltar da vergüenza pero después te encanta.

Mientras una exigencia a secas puede ser aplastante y frustrante, el humor viene ahí a poner estímulo, a frenar la frustración, a entender que somos finitos y que hacemos todo lo que podemos y siempre va a ser menos de lo que queremos pero más de lo que pensamos que podíamos.

Creo que el Don se siente lindo, se lo disfruta. Y así, cada grupete y cada alumna (también cada uno de nosotros, los profes), crecemos.

Me gustó la idea del Don como un espacio donde entre risas, hay una exigencia grande y la gente se expande. Se expande, estresandose, pero no se da cuenta tanto de ese estrés porque la está pasando bien.

Pensé que esa era una buena fórmula para enseñar: exigir, pero disfrazando la exigencia con humor 

Acompaño este texto con mi verano saltarín, esos saltos y verticales que me cuestan, a mi también, sudor y risas.

5/5 - (3 votos)