Que el gusto madure con nosotros

Que-el-gusto-madure-con-nosotros

 

Que el gusto madure con nosotros…

Volví de vacaciones, unas vacaciones donde realmente corté con mi cabeza elucubradora de ideas y solo tomé sol, leí muchísimo (una novela intensa de Guillermo Martínez, tres obras de teatro de Vargas Llosa, una novela de él y un ensayo. Sí, me enamoré del Mario, ya escribiré sobre mi nuevo filito). Caminé otro tanto. No tengo fotos de saltos playeros (bueh, dos nomás). Descansé. No me anduvo la computadora, creo que Fede hizo algo para que así fuera porque gracias a eso, aprendí a hacer pesto, tortilla española y tomé mucho vino. Hasta miré televisión.

No se asomaron ideas de coreografías, ni música nueva, ni movimientos bizarros, ni textos juguetones. Nada. Estuve ahí, con los pies bien en la arena.

Hoy me desperté en mi cama de siempre y volví a mi mundo de fantasía.
Vi la cantidad de cosas que tengo que hacer en dos semanas…¡Tantas tareas! De esas creativas que son cretinas con el tiempo y me preocupé.
¿Cómo puede ser que en quince días no se me ocurrió ninguna idea? ¿Cómo puede ser que volví sin música nueva? ¿Es posible que se me hayan acabado los hechizos?
Quince días es demasiado tiempo Soli…¿cómo te permitiste semejante abuso de realidad?

Me dije: A trabajar. Me puse un snorkel y me zambullí en youtube y su música. Siempre mi tarea comienza investigando música. No sé cómo, fui a parar en esto:

https://www.youtube.com/watch?v=1KI7w5eXMBo

Me acordé de Mario Bros y el honguito, la princesa, los trucos para saltar del nivel uno al ocho, de las monedas que había que comer..Y me reí. Sobre todo con el final ¡escúchenlo!

Me aligeró sentir que tengo un trabajo tan poco serio y que cuanto más me disperso, más me acerco a lo que quiero. Porque no es que vamos a bailar al son de Mario Bros (aunque no estaría mal eh!), pero encontrarme con este guitarrista juguetón me recordó lo estimulante que me resultan las guitarras criollas y buscando me tropecé con una joyita que me sacó a bailar sin pedir permiso.

Mientras bailaba, me encontré con una Soli de ocho años que estudiaba clásico, jazz, tap y español y le decía a mi (¿su?) madre: «Puedo dejar cualquier clase, menos la de español». Le pregunté por qué no había seguido con español, pero me miró con su flequillote, se río y se fue. No sé de qué se ríe esa niña.

(me volvía loca la música, las vueltas quebradas, los vestidos a lunares y los zapateos rimbombantes).

Seguí bailando con mis recuerdos y me encontré con una Soli universitaria de veinte años, la vi tirada en la cama con diez libros alrededor, los pelos despeinados, una almohada grandota que hacía de escritorio, dos medialunas con dulce de leche a medio comer, la coca light. Leyendo una nota al pie por enésima vez.
– ¿Por qué lees tanto una nota al pie?, le pregunté.
– Porque esta nota al pie me da el pie (se ríe tipo goofy con la boca llena) para arrancar una monografía que tengo que hacer para psicopatología, pero la voy a armar como una obra de teatro, voy a sentar en una mesa redonda jugando a las barajas, fumando y charlando a Freud, Lacan y Clerambault. O mejor tomando el té, tipo señoras (Lo dice acelerada, entusiasmada, un poco atropelladamente).
– ¿Y da hacer eso en la UBA?, pregunto con desconfianza.
– No sé, pero la idea ya la tuve y la tengo que hacer. Ahora andate por favor que tengo que seguir estudiando.

Siempre tan tacaña con su tiempo.

(me saque un diez, a pesar que me dijeron con una risa disimulada: «es muy poco académico». Me lo tomé como un halago).

Así como siempre me gustaron las guitarras españolas, también tuve desde mi más tierna infancia, una inclinación inmensa a fantasear, a escribir, a moverme.

Y paré de bailar para pensar en el gusto, en cómo su desarrollo, sus transformaciones y constantes, pueden contar tan bien quiénes somos.

Con el gusto, cuando se transforma en pasión y trabajo, hay que saber vivir. Es nuestro deber desplegar lo que llevamos en las entrañas y también, es nuestro deber, aprender a vivir con ello. Darle su espacio y sus límites. Que el gusto madure con nosotros.

Me reconforté en ese pensamiento y supe que no tenía que preocuparme por esos quince días de realidad absoluta.

Acompaño estas asociaciones domingueras con una captura de un jardín veraniego precioso donde pasamos muchas horas con Fede: cenamos, desayunamos, nos dimos besos y no pensé en nada, sólo sentí lo lindo y necesario que es desenchufarse, aún de las cosas que uno quiere mucho. Frenar el paso. Instalar ritmos. Pausas. Poder darle un coto a esa producción fantaseosa que tanta alegría da pero, también, tanto trabajo y energía consume.

Que no me olvide de vivir en esta realidad tan linda también. Creo que eso desee en año nuevo, no olvidarme de estar acá.
Y por quince días así fue 🙂 Empecé el año pensando en mi cruz, esa que me acerca pero también aleja, que me apasiona pero también consume.

Me voy a seguir buceando estas guitarras que delinean un comienzo de sutileza femenina, íntima y laberíntica. Quizás me encuentre con la Soli actual  🙂

5/5 - (1 voto)