Por Soli Aranda
Después del partido contra Holanda, quedé acelerada. Eran las doce de la noche y hablaba de cómo Mascherano tapó a ese Robben (yo le decía «El Rúben») y le sacó la pelota. Decía: «Qué nervios pasé cuando Mascherano se golpeó y no se levantaba del piso, mira si perdíamos a esa bestia, ya estábamos jugando sin Di María, que se rompe el alma en la cancha. Otro más así, no podíamos perder».
Lavezzi esta vez estuvo bien (pero no me parece lindo, no entiendo qué le ven). Más lindo es Romero, que ya me caía muy bien, ahora imagínate.
El arquero holandés parecía un elfo del señor de los anillos y tenía cara de nene malo.
Messi no apareció pero eso no le quita lo genio.
El miércoles hablaba y hablaba del partido y de su magia.
Es que cuando estoy emocionada, las palabas me brotan. Me brotan por lo poros y no puedo parar. No me puedo dormir, tengo los ojos como huevos.
¿Cómo un partido había despertado en mi ese estado?
Ni siquiera soy de Boca, ni de River, no soy de nada. ¡Pero qué lindo que es el mundial carajo!
Cerré los ojos pero mi boca no se cerró porque seguí hablando en mi cabeza hasta que tipo dos de la mañana me callé.
Un partido de fútbol es un increíble acto creativo grupal.
Los jugadores ensayan todos los días. Perdón, entrenan.
Entrenan, preparan sus cuerpos, preparan sus almas, se preparan como grupo.
Pero lo que después pasa ahí, en vivo, en directo…¡Cuánto de azar hay en eso!
Y es eso, esa cuota de azar, la que nos vuelve a todos locos.
Esa cosa inesperada de cómo carajo van a resolver una jugada.
Esa cosa inesperada que si la ataja o no la ataja. Que si la mete o no la mete.
Y con esta última frase pienso que todos, incluso el ser más momificado, conoce en carne propia lo que es un acto creativo.
El amor, el enamorase mejor dicho, es un acto creativo que nos despierta.
Que si le digo esto, que mejor ahora no le contesto, que la tiro para allá, que lo espero por acá. Que me quedo quieta un poco, a ver si me la pasa, pasamela, dale, dale que ahí voy y te miro, no te digo nada, pero te digo. Y gol. Te encontras.
De ahí a construir de eso una relación, algo amoroso…Otra historia. Pero todos conocemos esa vitalidad del enamorarse. Ese azar que no elegimos, pero con el que hacemos jueguitos (malabares a veces!) a ver si algo pasa.
Yo cuido maternal y obsesivamente mis clases de danza, porque son mis pequeños actos creativos cotidianos.
Para mi el dar clases, es encontrarme todos los días con una estructura que tan bien aloja lo inesperado. Porque algo de lo que doy inspira, enseña y transmite…y de vuelta recibo progresos y muuuchas sorpresas (producto del trabajo cotidiano y de ese no sé qué que cada alumno trae).
De repente, una peque de seis años tira una doble pirueta…¡Y todas nos emocionamos! Doble pirueta a los seis años, bestial.
De repente, una adulta se levanta del piso airosamente, cuando estuvo meses con cara culica diciendo: «odio el trabajo de piso, nunca me puedo levantar bien.»
De repente, la coreografía que repasan una y otra vez, cobra otro color, otro relieve, de repente la están bailando de verdad.
¡Ay pero qué lindos los «de repente»!
(de repentes que tienen horas de repetir lo mismo, claro está, horas de trabajo detrás, no son lotería. Pero es ese trasfondo de trabajo, lo que los hacen tan inmensos).
Imaginate, los de repentes, mundialmente. Todos en sintonía mirando como de repente Messi agarra la pelota. Como de repente Mascherano tapa un gol. Como de repente Romero la ataja.
Son muchos de repentes juntos, cómo no van a despertar y hacernos vibrar. Si encima estamos todos haciendo lo mismo, siendo testigos de esos de repentes. Y salimos a la calle a festejar de esta manera tan…cavernícola, tan primitiva y tan auténtica.
Hablamos de héroes, de leones, de fieras en la cancha. Todos somos poetas y todos fantaseamos, jugamos, nos sumergimos precipitadamente en este mundo. Es infantil el fútbol, pero infantil de la mejor manera, infantil porque te conecta con todo un universo fantástico y con la vitalidad de lo que importa:
El azar, el disfrutar, el poner huevos por lo que se quiere.
Y escribiendo todo esto me acordé de este post de Liniers.
Porque estoy hablando del azar, y se me juega el amor y el volar.
El mundial como un inmenso abrazo que nos lleva a disparatar como estos dos tortolitos.
Azar – Creatividad – Poner huevos – Amor
Un partido de fútbol me llevó a asociar con todas estas cosas que, siento, son las coordenadas por donde la buena vida transita :o)
Y que taaaaan bien grafica Liniers.
(¡Liniers es el Mascherano del dibujo!)